Foto: chilanga.com
En las tranquilas calles de Tokyo, el artista mongol Ochiro encontró un hogar para su alma inquieta. Con sus pinceles, narraba su viaje emocional: desde las estepas de Mongolia hasta los jardines zen japoneses. Cada trazo en sus obras es un susurro de su corazón, una ventana a su mundo interior. Sus obras, una fusión de dos culturas, cautivaban a quienes buscaban la belleza en lo profundo de la vida.